19 de marzo de 2009

"Papá, ¡éste no es mi Madrid!"

Mario entró por la puerta de su casa abatido y todavía con lágrimas en los ojos. Eran las tres y media de la madrugada y la sonrisa con la que se había levantado aquel día se había evaporado por completo.

Alfredo, el padre de Mario, había prometido a su hijo de ocho años llevarle a Liverpool, al mítico estadio de Anfield, si sacaba buenas notas en el colegio. Mario, ilusionado ante el que podía ser su primer viaje al extranjero y la primera vez que podía ver a “su” Madrid en directo, llevó a casa un sobresaliente, por lo que el objetivo estaba cumplido. Sólo restaba que el calendario marcase el 10 de marzo.

La espera se hizo interminable. Parecía que los días no pasaban en el calendario oficial del Real Madrid que Mario tenía colgado en su cuarto. Pero el día acabo llegando. A las siete en punto de la mañana el chico, vestido con su inmaculada camiseta blanca con el 7 y su nombre a la espalda, llegó al aeropuerto de la mano de su padre. Dos horas más tarde el avión despegó y con él los nervios de Mario comenzaron a aflorar. Durante el día sus ojos estuvieron bien abiertos, observando con curiosidad todo cuanto acontecía a su alrededor. Aunque su mente estaba puesta unas horas después, en el partido de por la noche. Le sonó a chino el nombre de “The Beatles” y sus inicios en aquel pub tan lúgubre llamado “The Cavern”. Increíblemente no protestó al comer “fish & chips” y eso que Mario odiaba el pescado. En su cabeza planeaba sólo una idea: que el árbitro pitase el inicio del encuentro para que Raúl, su ídolo, pudiera dar con sus goles el pase a los suyos a los cuartos de final de la Champions League.

El reloj situado en las inmediaciones de la mítica grada “The Kop” marcaba las siete y media. Todavía faltaba más de una hora para el comienzo del encuentro. Mario y su padre entraron a Anfield y buscaron sus asientos. Mario tenía curiosidad por asistir en directo los sentidos cánticos de la afición inglesa, esos que ponían la piel de gallina a todo el que los vivía en el estadio. Lo que Mario no imaginaba es que ese estruendo le iba a asustar tanto. Sonaron los primeros compases del “You’ll never walk alone” por megafonía y automáticamente cincuenta mil bufandas se levantaron al cielo londinense y otras tantas gargantas cantaron con una sola voz. “¿Qué deben estar sintiendo los jugadores?”, pensó el muchacho, que todavía agarraba con fuerza a su padre minutos después de escuchar el himno de Anfield.

Cuando el balón echó a rodar Alfredo se quedó ensimismado en su hijo. Mario estaba en una nube. Tenía los ojos abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja. Por fin estaba viendo a “su” Madrid en directo. Pero pronto su sueño se transformó en pesadilla. El Liverpool se adueñó del partido borrando del campo a los blancos. El rostro de Mario se fue endureciendo hasta el punto de perder todo atisbo de felicidad al descanso. Los tres goles que encajó Casillas fueron como tres puñales que se clavaron en su corazón. El cuarto terminó por destrozarle. A raíz de él Mario perdió el interés por lo que sucedía en el césped. Lo único que hacía era preguntarse por qué su ídolo, el 7, era incapaz de meter algún gol.

Con el pitido final se desató la euforia entre la afición “red” mientras que dos mil seguidores del conjunto merengue agacharon la cabeza derrotados. Entre ellos Mario, que lloraba tan amargamente en la grada como lo hacía Casillas de camino al vestuario. No entendía lo que acababa de ocurrir y por eso le dijo a su padre una frase que le heló el corazón: “papá, ¡éste no es mi Madrid! Vámonos a casa…”.

1 comentario:

Javier Romagosa Morán dijo...

Jocan este cuento me gusta. Creo que se te da bien. Y a un cuento no hay que exigirle profundidad, y ya sabes por qué lo digo.

Y acepto que la frase final vale.

J