Nadie recuerda ya cuándo empezó esta ronda de la Copa del Rey. Pues bien, el trece de noviembre arrancaba la ida de los dieciseisavos de final de esta competición, primera ronda en la que los equipos de Primera División entran en liza. Un mes más tarde, el doce de diciembre, se jugaban otros cuatro partidos. Y este miércoles, por fin, se disputarán los tres últimos encuentros que finiquitarán esta interminable ida de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey.
Lo peor del caso no es que se tarde más de un mes en jugarse la mitad de una ronda, sino que dentro de ese mismo tiempo la competición estará en semifinales. Toda una locura de calendario. Además de todo esto hay que contar con que, por culpa de la vuelta de los dieciseisavos, los jugadores dispondrán de menos vacaciones, ya que se jugará el próximo 2 de enero. Este hecho denota la raíz del problema: la importancia de la Copa del Rey es mínima y aquí se puede apreciar que está metida en el calendario con calzador.
Parece mentira que un trofeo tan prestigioso como lo fue (y lo debería ser) la Copa del Rey quede relegada al ostracismo y no pase de ser un incordio para los equipos temporada tras temporada. Los continuos cambios de formato tampoco ayudan a relanzar esta competición. Y es que un año se juega a partido único hasta cuartos de final y al siguiente se juega a doble partido desde el principio por presiones de los equipos grandes tratando de evitar posibles sorpresas indeseadas. Mientras todo esto ocurre la competición se va devaluando y va perdiendo interés poco a poco, ya que desaparece el factor sorpresa que tienen las eliminatorias a partido único. Para colmo son esos clubes grandes los que tampoco aportan su granito de arena porque bien es sabido que la Copa sirve para que los menos habituales tengan sus minutos.
Con el actual formato se pierde la principal característica de la Copa del Rey: las sorpresas. Es muy difícil que un equipo de 2ªB llegue a ganar una eliminatoria a doble partido a un equipo de Primera. La magia de aquel Alavés de Segunda División, que eliminó al Real Madrid en el mismísimo Santiago Bernabéu, o la del Numancia de 2ªB, que casi toma el Camp Nou, desaparece por completo. Los equipos grandes apuestan por estas eliminatorias a doble partido porque se evitan posibles “crisis” producidas por caer eliminados por cualquier modesto. Pero el que más pierde, sin duda alguna, es el fútbol, que ve cómo se desarrollan las rondas sin ningún tipo de emoción.
Algo hay que hacer con la Copa del Rey para evitar que acabe desapareciendo del calendario futbolístico. Michel Platini, presidente de la UEFA, parece que ya se ha puesto manos a la obra y quiere que el campeón de esta competición obtenga un pasaporte directo para la Champions League. Seguro que así los clubes grandes se la tomaban más en serio.
De todas formas, España debería aprender de Inglaterra, ya que en este aspecto los británicos nos ganan por goleada. Es tal la importancia de su Copa que incluso la Premier League hace un parón en su calendario para que se disputen los partidos. En las primeras rondas el torneo comienza siendo entre clubes amateurs y conforme va avanzando la competición se van integrando los equipos de la Premier League. Todas las rondas se disputan a partido único en el campo del club de menor entidad, por lo que la emoción y las sorpresas están garantizadas. Y la final, para poner el broche de oro, se juega en el santuario del fútbol inglés: en el mítico estadio de Wembley.
Como amante del fútbol pido a los responsables de la Federación Española de Fútbol (FEF) y de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) que se lo piensen mejor para que la próxima temporada se recupere la esencia del torneo. Por el bien del fútbol, salvemos la Copa del Rey.
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