Final Fantasy VII es una obra
de arte, en eso todos estamos de acuerdo, pero su caso es muy especial.
Llegó a nosotros hace quince años y
desde entonces nunca ha dejado de ser noticia.
Primero, por la calidad del juego y
de su argumento. Después, por los
incesantes los rumores que apuntaban
a un hipotético remake que Square Enix nunca ha llegado a anunciar
y del que todos estamos seguros que acabará por ver la luz.
Son muchos años los que llevamos
ya hablando de él sin recompensa. Para saciar nuestro apetito la compañía nos
ofreció la oportunidad de descargarlo
para las actuales consolas y ahora nos acaba de llegar una renovada versión para PC con algunas novedades. Pero aquí es donde
viene mi dilema. Muchas veces he
estado tentado de volver a jugarlo,
aunque siempre me ha podido más el deseo de quedarme con el buen recuerdo que el de disfrutar de
nuevo con las peripecias de Cloud,
Aeris, Sephirot y compañía.
Me da miedo que no me maraville tanto pasear por las calles
de Midgar como antaño, que no se me
vuelvan a poner los pelos como escarpias al escuchar su espectacular banda sonora, que no me estremezca de
nuevo con sus secuencias cinemáticas
o no me divierta tanto echando unas carreras de chocobos en el Gold Saucer.
Porque, lo reconozco, a pesar de que sé que es un juegazo, el paso del tiempo
me ha hecho idealizar Final Fantasy
VII y temo que el mito se me
desmorone. Porque, reconozcámoslo, actualmente estamos acostumbrados a otra
cosa. A títulos que nos dejan impresionados por sus gráficos, por su jugabilidad,
por sus doblajes… características
que allá por 1997 eran bastante
diferentes.
‘Me lo descargo. No me lo
descargo. Me lo descargo. No me lo descargo…’. La margarita parece no tener fin. ¿Qué
hago, socios?
**Publicado en AlfaBetaJuega el 22-08-12**
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